martes, 5 de mayo de 2015

Un monstruo a gasolin

Los primeros automóviles que llegaron a Colombia causaron conmoción. Anécdotas de Medellín, Bogotá y Boyacá evidencian el temor que generaron a principios del siglo XX.


“De pronto sentimos un ruido terrible, un ruido que no se parecía a nada, la gente empezó a correr en todas las direcciones, la mayor parte se refugió en la iglesia, otros entraban a las casas, los chicos subían a los árboles, la agencia, que quedaba en la parte alta del andén, se llenó de gente, el ruido se aproximaba cada vez más. De pronto vimos aparecer por detrás de la iglesia un monstruo negro terrible que avanzaba hacia el centro de la plaza. Los ojos enormes y abiertos eran de un color amarillento y tenían tanta luz que iluminaban la mitad de la plaza. La gente se tiró al suelo de rodillas y empezaron a rezar y a echarse bendiciones; una mujer que tenía dos niños chiquitos los tiró al suelo y se acostó sobre ellos cubriéndolos como hacen las gallinas con los huevos. Unos hombres avanzaron hacia la plaza con unos grandes palos en la mano. El animal se detuvo en la mitad de la plaza y cerró los ojos”.
El monstruo había llegado a Guateque, un pueblo en el suroeste de Boyacá. Y todos, en las fiestas, que se celebraban con tiple, cohetes y vacas locas, estaban temerosos. “¿Qué podrá ser esa bestia? —Se preguntarían entonces—. ¿Cómo llegó hasta aquí, a esta lejana tierra, ese animal?”.
El recuerdo es de Emma Reyes, la pintora colombiana que murió en Bordeaux en 2003 y de la que poco se conocía hasta el año pasado, cuando se publicaron una serie de cartas que escribió a Germán Arciniegas entre 1969 y 1997, bajo el nombre de Memorias por correspondencia. En el que resultó para varios críticos el mejor libro de 2012, el pasado de la artista es nítido y su cruel infancia es un retrato de Colombia en 1920.

0 comentarios:

Publicar un comentario